"EL CALLEJÓN"




   Ahí está, escondido en la sombra del callejón, es una figura que se impone a la misma noche; sé que es él, y que se sabe observado. Un rubor propiciado por esta revelación me aturde; a mí edad y en busca de romanticismos... ¡precisamente!, ¡no tengo ya nada que perder! Me acerco al callejón, junto a la luz que recorta su sombra, y un silencio perturbador enfatiza mi respiración. ¡No no es mía!, ¡es una inspiración más intensa!, ¡profunda!; oigo la mía entrecortada. "¡Katerina!, ¿qué haces aquí?"; una vecina, me entretiene, ¡quiero que se vaya! Pero me gusta imaginar que me estará esperando, espiando mi conversación.

  Por fin se fue mi vecina; ¡no está!; suspiro y me encojo de hombros, bonito sueño. Me voy para casa. "Hola...". En la oscuridad de la noche no logro distinguir sus sensuales rasgos; pero percibo su cercanía, su calor, un discreto pero intenso aroma a cedro menta y tabaco... "¿Le puedo acompañar a casa, señorita?"; si no fuera por cierto tono burlón se me haría encorsetado y decimonónico. Se aproxima más... Es alto. La luz ya ilumina sus rasgos: su nariz es más aguileña de lo que observé; sus ojos oscuros, ¡ardientes como brasas!, me miran con tal profundidad... ¡me tatúa el alma! Su boca, algo cruel, dibuja media sonrisa burlona, enigmática, esos labios carnosos... No es una belleza apolínea y tal vez estéticamente no sea un hombre bello. Pero su faz lampiña refleja todas las luces y sombras de la noche; hay algo irreal en él, ¡dramático! Y a la vez, tan carnal...


  "¿Quieres que te acompañe yo, niño?", sonríe nuevamente: "¡por supuesto! Siempre me ha dado miedo la noche..."