"POCOYÓ"


  Eran ya las seis de la tarde; los peques, ¡por fin!, se habían dormido, agotando y alegrando al ya anciano señor, dispuesto a echar una cabezadita, como solía decir, antes de llevar a sus nietos a las fiestas de Alayor. Alayor, su pueblo, ¡qué pueblo!; único, pintoresco... con el encanto especial que tienen aquellas villas que son amadas, orgullosamente, por sus lugareños. Él nació en Alayor, se casó, tuvo hijos ¡nietos!, en Alayor... Era parte de su tierra edificios tradiciones y gente. En Alayor todos eran hermanos, más, (o  menos...), avenidos. Y los extranjeros aún eran considerados con perspicacia e "idílica" curiosidad.

Y corría la tarde mientras Alayor se vestía de fiesta... Cientos de mozos mozas y niños con sus papás se agolpaban en las calles para ver los cabezudos y carrozas, que desfilaban, ¡alegres!, entre gritos comparsas y música electrónica, pop, tradicional... ¡Por ahí pasaba la primera!: ¡la carroza infantil de Clan tv!; Bob Esponja y Pocoyó a tamaño real se enfrascaban a lanzar caramelos y chocolatinas, saludando a los niños, ¡animados!, que los miraban entre admirados y estupefactos... Entre ellos dos pequeños, de solo tres y cinco añitos, ¡rubitos como querubines! Habían conseguido esquivar toda la marabunta humana y ahí estaban: ¡en primera fila!; sin papá sin mamá, sin abuelo.

Pocoyó les vio, y, muy amable, bajó de la carroza para saludar. "¡Hola amiguitos! ¿queréis ver la casa de Pocoyó? jiji" (imitó  la risa de los dibujos animados). "No sé si el abuelo nos dejará", "¿y dónde está el abuelo?", "estaba durmiendo en el sofá jeje", (dijo el mayor con picardía). "Aaaah" dijo Pocoyó: "pillines ¡os habéis escapado!"; y los dos hermanos rieron, ¡cómplices! "Entonces... ¡¿vamos a casa del yayo y le pegamos un susto?!". "¡Siiii!".


  Eran ya las ocho de la tarde cuando mi tío Sebastián despertó, ¡había dormido una hora de más!, se estaba tan a gusto sin jaleo en casa... 
"¡Lluc, Guiem!"

¡Los niños no estaban ahí! Iban camino de casa de Pocoyó. Donde una sorpresa inesperada les aguardaba...

Sebastián salió corriendo por la puerta, que, como siempre, había dejado abierta, forzando sus más de 100 kilos a galopar como un galgo. "¡¿Eulalia has visto a Lluc y Guiem?!", "no, ¿qué pasa Sebastián?". Y Eulalia la vecina se unió a la búsqueda. Tampoco los había visto Pedro el panadero, ni María, la señora que siempre está mirando pasar las horas tras el portal. ¡Ni Ernesto, ni los de la oficina de Correos...!

Recorrieron calles, plazas, ¡locales nocturnos...!


  "¡¡Abuelo!!"

¡Ahí estaban!, en la calle Sant Jordi, de la mano de Rosa y Manel. Que le explicaron a Sebastián que los habían reconocido del brazo de Crisitan, el hijo de Antonia; que estas fiestas iba disfrazado de Pocoyó. "¿Pero Cristian no estaba estudiando en Barcelona?", preguntó Sebastián. "Él nos dijo que era Cristian, no se quitó el cabezón de Pocoyó, y ya sabes que la voz no se distingue bien tras el cabezón". Los cuatros adultos se miraron con preocupación y desconfianza...

¡Pero ahí estaban los dos angelotes!, ¡alegres y emocionados por haber conocido tan de cerca a Pocoyó...! Y mi tío Sebastián prefirió olividar lo ocurrido. Cogió a los dos niños en brazos, que durmieron al cabo de pocos minutos, uno en cada hombro de mi robusto tío; y se dispuso a volver a casa. "Demasiadas emociones por hoy viejo", dijo para sí mismo.

Cuando se dispuso a abrir la puerta de su casa, alguien,  le saludó:

"¡Buenas noches Sebastián y dulce carga!", dijo Pocoyó, pasando a todo gas por su lado. Mi tío, entrado en años y kilos, supo al instante que no podría alcanzarle. Y entró en casa, su hogar, de toda la vida, de su pueblo padre, que le vio nacer y crecer entre hermanos... Pero, por prevención, esta vez cerró la puerta con llave antes de disponerse a ver la tele, confiando, en su sofá; aquél sofá que pasó de generación en generación...

Y antes de volver a echar una cabezadita, como solía decir, contempló la posibilidad de que Cristian hubiera regresado, por las fiestas, a su pueblo natal.




   Historia ficticia inspirada en real.